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Desde Matanzas, la Atenas de Cuba

26 de julio

Día de la Rebeldía Nacional

Por Roberto Pérez Betancourt

El 26 de julio del año 1953 un suceso trascendental sacudió a la República de Cuba y trascendió al ámbito mundial en titulares de los más importantes medios de difusión masiva: Un numeroso grupo de cubanos procedentes de varias provincias, encabezados por un joven abogado nombrado Fidel Castro asaltó los cuarteles del ejército nombrados Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, en la región oriental del país. Era  el año del centenario del nacimiento del Héroe Nacional  José Martí.

Se trataba de importantes bastiones militares del régimen dictatorial de Fulgencio Batista, que desde el 10 de marzo de 1952 había asumido el poder en Cuba tras perpetrar un golpe de Estado contra los poderes constitucionales.
 
Conmover la conciencia nacional ante la realidad de injusticia social que padecía el país y obtener armas con las cuales  emprender la lucha armada por la verdadera independencia  y la soberanía nacionales eran objetivos estratégicos de aquella temeraria acción.
 
El intento de tomar los cuarteles resultó fallido y costó mucha sangre de decenas de cubanos humildes que fueron asesinados a sangre fría por orden de la dictadura. Pero el aldabonazo estremeció de un extremo a otro a  la Mayor de las Antillas y sembró en terreno fértil la idea de la Revolución necesaria para dar continuidad a la lucha armada que en 1868 emprendieran los patriotas cubanos contra el colonialismo español.
 
Esta vez la batalla sería decisiva para sacudirse las garras del neocolonialismo norteamericano, alcanzar la libertad política y la independencia económica, hacer realidad la justicia social y solidificar bases institucionales sobre pilares de dignidad  y honestidad.

RAZONES  PARA  NO  OLVIDAR

Los motivos eran tantos, y tan justos, que bastaba mirar alrededor para comprenderlos. Diseminadas en el entorno de cinco décadas atrás, pobreza, hambre, insalubridad, corrupción, ignorancia, analfabetismo, discriminación, abusos, opresión, asesinatos, drogadicción, y cualquier otra caracterización conocida de la injusticia social aguda,  afectaba cotidianamente a la inmensa mayoría de la población cubana, como expusiera brillantemente el abogado Fidel Castro en su alegato por los sucesos del 26 de Julio, conocido como La Historia me Absolverá.
   
Muy especialmente eran víctimas  niños, mujeres, ancianos, campesinos y desempleados, tantos, que ni contarlos se podía.
 
Los disparos de hombría para asaltar  la historia  despertaron al pueblo  que  se levantó y echó a andar hasta alcanzar el poder en enero de 1959.
 
A partir de entonces las conquistas sociales que progresivamente se fueron alcanzando con esfuerzo, trabajo y voluntad colectivos, cimentaron una realidad diferente en Cuba, aunque siempre preñada de dificultades,  provocaciones, amenazas y actos terroristas.
   
Tales acciones,  procedentes de sucesivos gobiernos norteamericanos y de esbirros y sus congéneres,  que perdieron  privilegios en Cuba y fueron a asentarse principalmente en Miami, no solo se han mantenido, sino que se acrecientan en la actualidad.
 
Desde el sur de la Florida, antiguos y novísimos lacayos insisten ilusamente en revertir a Cuba  51 años atrás, con métodos que van desde  clásicos cantos de sirenas para atraer incautos, hasta la procreación de odios y la diseminación de  terrorismo y  veneno.
 
El cubano patriota se acostumbró a batallar en un ámbito de múltiples agresiones enemigas y tradujo su respuesta en una consigna  reveladora del quehacer diario: estudio, trabajo y fusil.
 
Pero las conquistas y logros sociales que hoy exhibe la realidad cubana, tan contrastantes con el entorno opresivo que aún padecen los pueblos en los restantes países latinoamericanos, no deben relegar la historia a simples anécdotas, ni minimizar las poderosas razones que  ayer  dieron vida a la rebeldía nacional.
   
La vida,  insustituible maestra de tantas cosas, enseña que la conciencia se nutre mejor cuando se alimenta de realidades vistas, sentidas y honestamente razonadas. Entonces esa comprensión  impulsa voluntades.
   
Las verdades de aquel entorno social de 1953 necesitan transmitirse de generación en generación, cara a cara, de forma tal que para los más jóvenes interiorizarlas no dependa solamente de la lectura o del cine.
   
Intentos anexionistas de tergiversar sucesos y  desvirtuar  el sentido de las acciones patrióticas  se desintegran cuando  la palabra sincera del hombre mayor transmite  a sus descendientes las razones del sentimiento, que solidifican la memoria imprescindible, porque lo único que moralmente no le está permitido a los cubanos es olvidar.

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