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Desde Matanzas, la Atenas de Cuba

Hasta luego, Gabo

 

Por Alina Guede Rojas

Muy jovencita, a las puertas de la adolescencia, lo primero que leí del Gabo fue Cien Años de Soledad. Recuerdo que desde las primeras páginas quedé prácticamente hipnotizada, no podía despegar los ojos del libro por más que lo intentara.

Desde entonces, su original narrativa a la hora de contar historias increíbles me atrapó para siempre, y que conste, ya cargo 61 eneros y siento por su literatura la misma pasión de aquel bendito día en que la descubrí, lo que explica el hecho de que hasta la fecha, he buscado y leído de forma obsesiva todo lo que de él caía (y aún cae) en mis manos.

Esa primera vez y otras muchísimas más, recorrí Macondo de su mano; disfruté del circo que visitaba asiduamente aquel pueblito improvisado por unos pocos hombres y mujeres jóvenes; me enamoré de la ingenuidad y la perseverancia de José Arcadio Buendía; la tenaz laboriosidad de Ursula Iguarán, y que decir del resto de la familia:

El coronel Aureliano Buendía, guerrero invencible de un sinnúmero de batallas; José Arcadio, el hermano, marinero corpulento tatuado de pies a cabeza; la resentida pero dulce Amaranta que tejió su mortaja y decidió el día y la hora en que iba a morir; Remedios la Bella, que subió entre sábanas al cielo......son tantos los personajes concebidos y moldeados por el ingenio de Gabriel García Márquez , tantas las satisfacciones espirituales que prodigó a generaciones de ávidos lectores de su grandiosa obra, que darle un adiós definitivo duele mucho y resulta prácticamente imposible.

Lo cierto es que se nos fue el Gabo. Partió, dejando atrás la admiración de millones de personas en todo el mundo, no solo por su talento irremplazable y sabiduría simpar, también por la simpática locuacidad y sencillez que siempre lo caracterizó a la hora de decir y hacer.

Sin embargo, aunque su pérdida es una realidad irrebatible, se me antoja pensar que a partir de ahora, desde cualquier recóndito rinconcito de Latinoamérica, algún día se sentará cómodamente en la cima de cualquier montaña andina, para desde allí, divisar sus hermosos paisajes y a la gente simple que los habita, con el propósito de pensar y repensar en la próxima historia de realismo mágico que nos regalará.

No lo concibo inerte, me niego a aceptarlo, los hombres irremplazables no desaparecen nunca, y en lugar de decirle "adiós ", prefiero un " hasta luego, Gabo ", porque seguramente, aunque oculto detrás de otro rostro y otro cuerpo, podremos tropezarnos con él en cualquier momento y lugar de esta América Nuestra, de esta América de la que él, ya es y será, parte indisoluble por " los siglos de los siglos, de los siglos... ".

2 comentarios

Pablo -

¡Lindo texto! El Gabo no puede irse; acaso multiplicarse.

Lissette -

Me encanta el Gabo.